martes, 24 de mayo de 2016

Cuando llovió.

Esa tarde, caía la lluvia, y pensé que estaba harta de escribir sobre amores imposibles, sobre hombres dolientes, sobre muchos de mis deseos inconfesables. 

Mi pluma estaba harta de escribir frustraciones, temores, soledades interminables. Aunque la tormenta era fuerte me protegí con una sombrilla, evitando mojarme con las lágrimas de tantos y tantos que se habían acumulado en los cielos y caían atemorizantes hacia mi. 
Mientras caminaba y recorría aquel parque, decidí dejar muchas cosas a un lado, dejar las distancias lejos, en su lugar, dejé de fijarme en quienes me había fijado, ese día, deseé para mi a alguien totalmente alegre, pensé en un hombre con una gran sonrisa o tan sólo con un gran sentido del humor, poco común para los demás, pensó quizá en que fuese algo más profundo de lo que se había acostumbrado en ver, me imaginé siendo una gran aprendiz de ese tipo de hombre fantástico. 

Ese día pensé en música alegre, en letras lejanas de la nostalgia, de la tristeza, ese día mientras mis golpes, mis heridas, sanaban. Empecé a caer en la cuenta que era yo, quien buscaba su destino, que lo podía hacer paso a paso, que quería descubrir eso tan perdido, tan escondido, quería volver a crear, a reír, hace mucho no lo hacía, volver a escuchar esa sonrisa que hace mucho rato no escuchaba, llena de ese sentimiento feliz, y también una sonrisa compartida con él, seguro no tardaría en aparecer sonriendo, esa sería la señal, un hombre sonriendo, por su hermoso, triste, inteligente, bello y su diferente percepción de vida.

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