Cansada de un lugar, lugar en el mundo que en estas últimas noches, me la pasaba dando vueltas de un lado al otro, sudando, perseguido por todo tipo de paranoias, su trabajo, su casa, sus deudas, sus amigos perdidos por adicción al trabajo sin límite; hasta que llegué al límite, sola y desolada sentía que ya no me quedaba más.
Pensaba en él, pensaba en llamarlo, pensaba en invitarlo a salir nuevamente, pensaba en buscar caminos, que saliera de su tediosa vida de adulto, que no encuentra su puesto en este mundo.
Esa noche, a diferencia de las noches de los últimos meses pude dormir, y soñé. En mi sueño me veía muerta, en mi propio funeral, es más me veía muriendo, en una clara escena donde su cuerpo volaba por los aires, en un vuelo mortal, en un vuelo de liberación.
Desperté tan tranquila, con una certeza interior impresionante de que mi sueño se haría realidad ese día, ese mismísimo día, ese sería el día de mi liberación.
Ese día fui a trabajar, realicé las mismas cosas que siempre hacía, no fue de los que me propuse hacer todo lo que había dejado de hacer en su vida, como podrían pensar los demás, no.
Hice lo mismo que siempre, lo hice mejor que nunca. La única diferencia es que cuando lo vi, le abracé fuertemente, le di un enorme beso, le dije todo lo que tenía en mente decirle, sobre cuánto había aprendido a amar en silencio esa sonrisa triste, que nunca había imaginado poder reír tanto con él, que lo quería profundamente como quizá él no sabía que me pudiesen querer. Le di un beso inmenso, el cual, fue hermosamente correspondido, eso era todo lo que quería como despedida en mi último día. Los muchos testigos no incomodaron.
Caminé por ahí demasiado feliz, llena de ese beso, tan lleno de él que así, sin mirar a nadie, suspendido en el aire de mi propia locura y felicidad, no quise jamás perder ese instante, perderle con el paso de los minutos y las horas, de los días y los meses que vuelven al mismo círculo vicioso de no hallarse, de probar cosas que al final se quedan en proyectos, que por tantas cosas propias y ajenas no pueden ser.
Deseaba salir de ese sentimiento de desolación, de estar preso de una vida que perdía cada día vértice y horizonte, lleno de gente que lo hacía sentir terriblemente invisible. Con la imagen fija de él y sus ojos cerrados, besándome, de sus cabellos entre mis dedos, pasé la avenida sin mirar a ningún lado, libre, sin temores, con un deseo inmenso de liberación que un camión hizo realidad.
El mejor golpe de toda mi rutinaria vida que tenía, que tuve sin querer.
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