sábado, 30 de diciembre de 2017

Llena de nada.



Aquel día de Enero descubrí que dentro de mi no había nada, que de tanto complicarme la vida, me había quedado vacía, sin fondo alguno, totalmente superficial. 
Intenté examinarme, interiormente y no ví sino un profundo túnel, oscuro, sin nada en él, lleno de recuerdos de personas que habían pasado por mi vida y se había quedado ahí, que habían sido importantes para mi, matando todo lo que existía. 
Aquella hermosa naturaleza que había habitado mi ser, llena de matices, de criaturas maravillosas, de héroes y paisajes había sido destruida y erosionada por un fuego abrazador de sucesivas incoherencias, de pensamientos recurrentes, de recuerdos.




"Sigo descendiendo
al vació de mi mismo,
a la perplejidad,
a la mirada vacía,
a los ojos de muertos vivientes,
al silencio de no tener preguntas,
al eco insistente de las mismas respuestas,
al cansancio de ser siempre,
al hastío de verme al espejo,
al odio de esa voz que desvaría en la mente,
¿Habrá nuevas fuentes para llenarse?
¿Quedarán luces mínimas para encender?
¿Me seguiré consumiendo en la incoherencia de ser quien soy?..."




Cuando me hablaba, resonaba dentro de mi un eco que iba muriendo poco a poco. 
Mi mirada perdió el brillo que en algún momento tuvo, mis ojos mostraban una niebla gris, cansada. Aquella mirada era tenue, débil, no podía fijarse detenidamente en otros ojos, pues temía que los demás vieran el abismo profundo al que había llegado mi ser, ese abismo juiciosamente cultivado por mirar atrás, por una soledad que me consumió, que se bebió mi color, y me había convertido en una patética figura grisácea, insípida, aburrida, llena de nada.


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